Esta dimensión es el corazón y centro unificador de toda formación cristiana. Siendo siempre dinámica, su fin es promover el desarrollo de la nueva vida recibida en el Bautismo, estableciendo y alimentando actitudes, hábitos y prácticas que fijarán la base de toda una vida de continua vida en el Espíritu. (Cfr. Directorio Nacional para el Ministerio y Vida de los Diáconos Permanentes, Núm. 110).
Ayudar al candidato a discernir si tiene vocación para el diaconado, debe crecer en santidad, profundizando y cultivando su compromiso con Cristo y con la Iglesia.
Cultivar los hábitos de la oración y caridad y viviéndolos en la familia y en la comunidad. Fortalecer los carismas que ya ha recibido el Espíritu Santo y puestos al servicio de los demás.